-Sólo si tú vas conmigo- le digo.
-Sólo si te pones este vestido.
De una caja saca un vestido de gasa verde claro con brillo. Es largo y de tirantes trenzados que se cruzan por la espalda. Es precioso.
-Si no te gusta puedo devolverlo...
-Es precioso Alan, me encanta.
-Póntelo.
Me da un beso rápido y sale del faro. Me pongo el vestido y me calzo unas sabrinas a juego. Me miro al espejo y me ahueco el pelo rubio para darle forma. He madurado bastante, ya no soy la niña que era antes. Cumplí los diecisiete en algún momento de los pasados meses.
A la hora de la cena estamos al pie del muelle. El cielo tiene varias tonalidades y el sol se esconde por el horizonte. Han decorado el muelle con luces blancas que parecen luciérnagas. Hay música en el ambiente y puestos de comida. Hay muchísima gente; parejas, familias, niños corriendo de un lado a otro... La gente baila al son de la música. Se escuchan risas y el entrechocar de los brindis llenos de esperanzas. Alan me mira fijamente.
-¿Qué?
-Estás preciosa.
Me sonrojo y entrelazo mis dedos con los suyos. Él también está muy guapo, con su camisa blanca y su habitual pelo alborotado. Pasamos toda la noche en la fiesta, riendo y bebiendo. A medida que las horas avanzan la música se vuelve más tranquila.
-¿Me concedes este baile, mi capitana?- dice mientra me tiende la mano.
Se la cojo y pego mi cuerpo al suyo. Apoyo la cabeza en el hombro y comenzamos a girar. Apoya sus labios en mi oreja y susurra:
-Te quiero.
Nunca nos lo habíamos dicho con esas palabras.
-Vuelve a decirlo- le digo.
-Te quiero, te quiero Cristina.
Cierro los ojos y sonrío.
-Yo también te quiero, mucho.
Me besa y me acaricia la espalda.
Es tarde, hay que volver.
Nos encaminamos al faro y piso una piedra. Me caigo y me tuerzo el tobillo. Soy muy torpe. Me mancho el vestido de barro y me quedo allí como tonta. Me da vueltas la cabeza. Alan desliza su mano bajo mis rodillas y me alza. Me agarro a su cuello y descanso la cabeza. Al cabo de un rato llegamos a la habitación. Alan me coloca en el colchón y me baja la cremallera. El contacto de sus dedos con mi piel enciende el deseo en mi interior. Me baja los tirantes con delicadeza y me besa los hombros. Le desabrocho los botones de la camisa mientras mis manos tiemblan.
-Tranquila- dice él mientras me baja el vestido.
Lo baja por mis piernas y me quedo en ropa interior. Le saco la camisa por los brazos y se queda al descubierto. Tengo miedo, pero el deseo se acentúa. Le beso y le empujo hacia mi para que quede tumbado encima mía. Me aplasta pero no me importa. La temperatura comienza a ascender y noto como sus manos buscan el enganche de mi sujetador. Clic. Lo encontró. Y esa noche llegamos a más, más que cualquier noche anterior, y fue precioso.
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