sábado, 7 de septiembre de 2013

El faro de Clogwyn (IX)

Me despierto a causa de un gran estrépito. Abro los ojos y me fijo en la tormenta torrencial que arrecia fuera. El mar está lleno de olas, son enormes, las más grandes que he visto en mi vida. Son casi las doce del mediodía y Alan no está en casa. Me siento en la cama exasperada y resoplo ¿Dónde estará? Reparo en un sobre abierto precipitadamente. Dentro hay una carta arrugada y al lado otra lisa. Cojo la que está en mejor estado y leo:" Buenos días mi capitana, he salido ha pescar, nos vemos luego, te quiero." Paso los dedos por encima de su delicada letra y cierro los ojos ¿Está loco? está lloviendo a cántaros, y el mar está demasiado agitado. No se ha ido solamente a pescar. Despliego la carta arrugada y la leo. No puede ser verdad. Es una nota del alcalde. Saben la verdad. El viejo Fred murió, por que van a echar a Alan del faro. No nos dejarán quedarnos, nos echarán de casa.
Ahora lo entiendo. Alan estaba enfadado, por lo que cogió la barca para aclarar sus ideas, pero la tormenta le debe de haber sorprendido. Intento tranquilizarme y pensar que él está bien. Pasan las horas y no pruebo bocado. Tengo los nervios a flor de piel. A últimas horas de la tarde salgo corriendo del faro y me coloco al filo del acantilado. Me caigo de rodillas en la hierba mojada y empiezo a gritar.
-ALAAAAN.
Grito hasta quedarme sin voz. La lluvia impide que vea más allá de mis manos.
-Vuelve conmigo- susurro a la tempestad- te dije que no me iría, pero tú tampoco debes irte.
Sé que no sirve de nada, pero necesito una distracción. Vuelvo al faro dando tumbos y me acuesto en la cama, empapada. Esa noche las pesadillas vuelven a mi. Sueño con ojos verdes y olas gigantes, serpientes marinas y barcos hundidos.
La tormenta apenas dura un día y el sol resplandece al día siguiente. Mi cama, su cama, sigue vacía. Pego mis rodillas a mi cuerpo, queriendo desaparecer.
-Él está bien, está bien- susurro a todas horas. Pero no puedo más, voy a hablar con el alcalde.
-Ha desaparecido señor, por su culpa, ayúdeme- le digo.
-Se lo diré a los marineros. Cristina, muchos pescadores mueren en el mar, es su vida, es natural.
-¡Él no está muerto!- le grito- no se hubiera marchado si usted no lo hubiera echado de su vida.
Echo a correr y llego hasta el puerto, donde todos los marineros se preparan para un día de pesca. Oigo fragmentos de algunas conversaciones.
-La tormenta de ayer fue de las peores...
-...muchos barcos rotos y destrozos.
-Menos mal que no salió nadie.
Me acerco al último que habló y le llamo con un toque en la espalda.
-Buenos días señorita ¿Le puedo ayudar?
Le explico con dificultad la situación.
-Ya veo... un mal día para salir de pesca.- dice al fin.
-No te preocupes chiquilla, lo encontraremos- me promete un joven que había estado escuchando.
Veo las barcas ya alejarse por el mar. Me siento en un barril y fijo mi mirada hacia el mar. No soy capaz de pensar, tengo la mirada perdida. Los marineros regresan aquella noche. Yo sigo en el barril, entumecida. El joven marinero me aprieta el hombro. No han encontrado nada. Nada. Los sonidos se vuelven amortiguados y se me nubla la vista. Noto mis mejillas mojadas pero no soy consciente de que esté llorando. No puedo volver al faro. Ya no es mi casa.

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