sábado, 7 de septiembre de 2013

El faro de Clogwyn (fotos)

El faro de Clogwyn. Abajo Cristina y Alan.



El faro de Clogwyn (Epílogo)

En su noveno cumpleaños cogemos un tren hacia Clogwyn. Miramos por la ventana el paisaje verde que se extiende ante nosotros. Caminamos por el bosque que años atrás recorrí corriendo escapando de casa. Le prometí a mi hijo que le enseñaría el lugar donde creció su padre y donde nos conocimos. Sam se agarra a mi mano con fuerza para no tropezar con las ramas. Llegamos a la pradera. El faro se alza hacia el cielo. Sigue igual que siempre. Sus ojitos verdes como los de Alan miran sorprendidos el paisaje.
-Qué bonito es- dice con voz inocente.
Nos sentamos al filo del acantilado con los pies colgando. Todo aquello me trae recuerdos. El dolor ya es lejano, pero aún me gustaría tener a Alan junto a mi. Sam se revuelve a mi lado y le miro. Tiene el pelo rubio, como yo, pero siempre alborotado como su padre, Estoy feliz de estar aquí con mi hijo, recordando los buenos momentos de mi vida pasada. 'Te quiero Alan' pienso 'Ojalá pudieras ver a nuestro hijo crecer'
-¿Me lo cuentas mamá?
-Claro que si- Entonces le cuento la historia, y comienzo por el principio, el comienzo de todo.
-"Y entonces corro. Corro como si me fuese la vida en ello. Paso el gran vestíbulo como un rayo..."
FIN.

El faro de Clogwyn (X)

Son los tres meses más largos de mi vida. Ahora vivo en mi antigua casa. Mi madre dejó el pueblo días atrás. Cada respiración que doy me duele, me duele porque no estoy con él. La vida ya no tiene sentido. Alan me dio esperanzas de una nueva vida, pero al irse, ya no me queda nada. No hablo con nadie, pero tampoco se molestan en visitarme. La soledad me abruma. Quiero estar con él. Solo con él. Ya no me quedan lágrimas que derramar. Paso los días encerrada en casa, pero hoy no. Hoy pienso acabar con el sufrimiento. Cruzo el bosque y llego hasta el faro. Cada paso que doy es un duro golpe para mi memoria y el corazón me pincha. Me pongo al borde del acantilado. Tengo que saltar. No puedo vivir así. Lo necesito. Saco un pie al vacío y noto como el viento me empuja hacia delante. El cielo está nublado como el día que nos conocimos. El mar está en calma, pero yo no. He de saltar, para acabar con todo. Él no cumplió su promesa de "Nos vemos luego" por eso yo no pienso cumplir la mía de "No me iré". Si que lo haré. Me iré de aquí. Me dispongo a saltar, pero algo se me retuerce en la barriga. Si que tengo razones para vivir. No puedo saltar. He de continuar aquí, por mí, por Alan, por mi bebé.

El faro de Clogwyn (IX)

Me despierto a causa de un gran estrépito. Abro los ojos y me fijo en la tormenta torrencial que arrecia fuera. El mar está lleno de olas, son enormes, las más grandes que he visto en mi vida. Son casi las doce del mediodía y Alan no está en casa. Me siento en la cama exasperada y resoplo ¿Dónde estará? Reparo en un sobre abierto precipitadamente. Dentro hay una carta arrugada y al lado otra lisa. Cojo la que está en mejor estado y leo:" Buenos días mi capitana, he salido ha pescar, nos vemos luego, te quiero." Paso los dedos por encima de su delicada letra y cierro los ojos ¿Está loco? está lloviendo a cántaros, y el mar está demasiado agitado. No se ha ido solamente a pescar. Despliego la carta arrugada y la leo. No puede ser verdad. Es una nota del alcalde. Saben la verdad. El viejo Fred murió, por que van a echar a Alan del faro. No nos dejarán quedarnos, nos echarán de casa.
Ahora lo entiendo. Alan estaba enfadado, por lo que cogió la barca para aclarar sus ideas, pero la tormenta le debe de haber sorprendido. Intento tranquilizarme y pensar que él está bien. Pasan las horas y no pruebo bocado. Tengo los nervios a flor de piel. A últimas horas de la tarde salgo corriendo del faro y me coloco al filo del acantilado. Me caigo de rodillas en la hierba mojada y empiezo a gritar.
-ALAAAAN.
Grito hasta quedarme sin voz. La lluvia impide que vea más allá de mis manos.
-Vuelve conmigo- susurro a la tempestad- te dije que no me iría, pero tú tampoco debes irte.
Sé que no sirve de nada, pero necesito una distracción. Vuelvo al faro dando tumbos y me acuesto en la cama, empapada. Esa noche las pesadillas vuelven a mi. Sueño con ojos verdes y olas gigantes, serpientes marinas y barcos hundidos.
La tormenta apenas dura un día y el sol resplandece al día siguiente. Mi cama, su cama, sigue vacía. Pego mis rodillas a mi cuerpo, queriendo desaparecer.
-Él está bien, está bien- susurro a todas horas. Pero no puedo más, voy a hablar con el alcalde.
-Ha desaparecido señor, por su culpa, ayúdeme- le digo.
-Se lo diré a los marineros. Cristina, muchos pescadores mueren en el mar, es su vida, es natural.
-¡Él no está muerto!- le grito- no se hubiera marchado si usted no lo hubiera echado de su vida.
Echo a correr y llego hasta el puerto, donde todos los marineros se preparan para un día de pesca. Oigo fragmentos de algunas conversaciones.
-La tormenta de ayer fue de las peores...
-...muchos barcos rotos y destrozos.
-Menos mal que no salió nadie.
Me acerco al último que habló y le llamo con un toque en la espalda.
-Buenos días señorita ¿Le puedo ayudar?
Le explico con dificultad la situación.
-Ya veo... un mal día para salir de pesca.- dice al fin.
-No te preocupes chiquilla, lo encontraremos- me promete un joven que había estado escuchando.
Veo las barcas ya alejarse por el mar. Me siento en un barril y fijo mi mirada hacia el mar. No soy capaz de pensar, tengo la mirada perdida. Los marineros regresan aquella noche. Yo sigo en el barril, entumecida. El joven marinero me aprieta el hombro. No han encontrado nada. Nada. Los sonidos se vuelven amortiguados y se me nubla la vista. Noto mis mejillas mojadas pero no soy consciente de que esté llorando. No puedo volver al faro. Ya no es mi casa.

El faro de Clogwyn (VIII)

-Hoy hay una fiesta en el pueblo, celebran la llegada del verano ¿Te gustaría ir?
-Sólo si tú vas conmigo- le digo.
-Sólo si te pones este vestido.
De una caja saca un vestido de gasa verde claro con brillo. Es largo y de tirantes trenzados que se cruzan por la espalda. Es precioso.
-Si no te gusta puedo devolverlo...
-Es precioso Alan, me encanta.
-Póntelo.
Me da un beso rápido y sale del faro. Me pongo el vestido y me calzo unas sabrinas a juego. Me miro al espejo y me ahueco el pelo rubio para darle forma. He madurado bastante, ya no soy la niña que era antes. Cumplí los diecisiete en algún momento de los pasados meses.
A la hora de la cena estamos al pie del muelle. El cielo tiene varias tonalidades y el sol se esconde por el horizonte. Han decorado el muelle con luces blancas que parecen luciérnagas. Hay música en el ambiente y puestos de comida. Hay muchísima gente; parejas, familias, niños corriendo de un lado a otro... La gente baila al son de la música. Se escuchan risas y el entrechocar de los brindis llenos de esperanzas. Alan me mira fijamente.
-¿Qué?
-Estás preciosa.
Me sonrojo y entrelazo mis dedos con los suyos. Él también está muy guapo, con su camisa blanca y su habitual pelo alborotado. Pasamos toda la noche en la fiesta, riendo y bebiendo. A medida que las horas avanzan la música se vuelve más tranquila.
-¿Me concedes este baile, mi capitana?- dice mientra me tiende la mano. 
Se la cojo y pego mi cuerpo al suyo. Apoyo la cabeza en el hombro y comenzamos a girar. Apoya sus labios en mi oreja y susurra:
-Te quiero.
Nunca nos lo habíamos dicho con esas palabras.
-Vuelve a decirlo- le digo.
-Te quiero, te quiero Cristina.
Cierro los ojos y sonrío.
-Yo también te quiero, mucho.
Me besa y me acaricia la espalda.
Es tarde, hay que volver.
Nos encaminamos al faro y piso una piedra. Me caigo y me tuerzo el tobillo. Soy muy torpe. Me mancho el vestido de barro y me quedo allí como tonta. Me da vueltas la cabeza. Alan desliza su mano bajo mis rodillas y me alza. Me agarro a su cuello y descanso la cabeza. Al cabo de un rato llegamos a la habitación. Alan me coloca en el colchón y me baja la cremallera. El contacto de sus dedos con mi piel enciende el deseo en mi interior. Me baja los tirantes con delicadeza y me besa los hombros. Le desabrocho los botones de la camisa mientras mis manos tiemblan.
-Tranquila- dice él mientras me baja el vestido.
Lo baja por mis piernas y me quedo en ropa interior. Le saco la camisa por los brazos y se queda al descubierto. Tengo miedo, pero el deseo se acentúa. Le beso y le empujo hacia mi para que quede tumbado encima mía. Me aplasta pero no me importa. La temperatura comienza a ascender y noto como sus manos buscan el enganche de mi sujetador. Clic. Lo encontró. Y esa noche llegamos a más, más que cualquier noche anterior, y fue precioso.

El faro de Clogwyn (VII)

Me despierta un ronroneo. Zanahoria está a mi lado, mirándome fijamente. Me quedo completamente inmóvil. Alan aparece por la puerta del baño con una toalla por la cintura. Tiene el pecho descubierto y mojado debido a la ducha. Me dedica una sonrisa y aparta el gato de mi cara.
-Buenos días Zanahoria.
-Buenos días- le respondo.
-No te lo decía a ti- dice él, guiñándome un ojo.
Cojo la almohada y se la lanzo mientras frunzo los labios, pero no puedo aguantar la risa y acabamos los dos riendo.
-Te he hecho café- dice él.
-¿Con azúcar?-pregunto.
-Oh sí, dulce, como tú.
Me levanto y me pongo a escasos centímetros.
-No se te da bien los piropos, no lo intentes.
-No pretendo impresionarte, tan solo he dicho la verdad.
-¿Me estás comparando con un café?-pregunto intentando sonar enfadada.
-Sí. dice, y me susurra al oído- pero tú estás más buena que un café.
Le cojo de la mano y tiro hacia él. Nuestros labios chocan y al besarle le muerdo el labio sin querer.
-Esas ansias pequeña.
-Perdón- digo ruborizándome.
-Vayamos al pueblo.

El verano llega antes de que nos demos cuenta. Los meses pasados fueron los mejores de mi vida. Hacíamos de todo juntos; íbamos a pasear por los acantilados, al muelle, a pescar, al pueblo... Nunca parábamos. Todas las noches dormíamos juntos. Éramos tal para cual. Nunca me había sentido así de bien. Me sentía libre y capaz de cualquier cosa. Mis padres no se habían molestado en buscarme. Descubrí que mi padre había muerto debido al alcohol. No sentía tristeza, tal vez pena por su derroche de vida. Fui al cementerio a visitarle. Por lo menos ahora, dos de nosotros estábamos en un lugar mejor.Las cosas no podrían ir mejor en mi vida.

El faro de Clogwyn (VI)

Cuando me despierto estoy sola en mi habitación. Me acerco a la cristalera y miro hacia abajo. Alan está sentado en el filo del acantilado con los pies colgando y se me revuelve el estómago. Solo de pensar que pueda caerse me marea.No sé exactamente que me pasa. Ayer por fin iba a ocurrir lo que mi corazón ansiaba, pero mi mente no. Me visto deprisa y bajo.
Me coloco a su lado y él ni siquiera se vuelve. Mi vestido ondea a causa del viento y el pelo se me pone en la cara. Hay grandes nubes grises, pero el mar está en calma. Me siento a su lado y espero a que las palabras salgan, pero no lo hacen.
-Lo siento- dice él- por lo de anoche. Se me fue de las manos.
-Estuviste a punto de violarme y solo me dices un lo siento- No sé porque he dicho eso. Estoy molesta. Quizás porque lo que yo quería que hiciera, lo hizo bajo el efecto del alcohol.
-No seas estúpida, no iba a violarte.
Sonrío pero él no lo hace y sacudo la cabeza.
-¿Por qué lo hiciste? beber, quiero decir.
-Me apetecía.
-Mira- le repuse-una cosa es que me digas que soy estúpida y otra es que lo sea de verdad. Y no lo soy. ¿Me vas a decir que te pasa? últimamente me evitas, es como si no quisieras...estar conmigo.
-No lo entiendes- dice.
-Pues no, podrías explicarte de una vez por todas.¿Cuál es el problema?
Se queda callado mirando el horizonte, cuando vuelve la cara, sus ojos reflejan nerviosismo.
-El problema es que me resulta imposible estar cerca tuya sin besarte. Imposible respirar tu aroma mientras me miras con desconfianza. Es imposible que te quiera tanto en tan poco tiempo. No quiero hacer nada indebido. Todo a lo que he querido en mi vida a desaparecido o muerto, y no quiero perderte.
La respuesta me coge por sorpresa. Jamás hubiera pensado que sentiría algo así. Entonces le susurro:
-Yo nunca me iré de tu lado.
Y no sé porqué lo digo. Quizás lo digo en serio, o quizás porque quiero que me bese. Yo también le quiero.
-Ha sido poco tiempo-dice-pero siempre pensé que te conocía, desde un principio.
Le dedico una sonrisa y apoyo mi cabeza en su hombro.
-No me iré- vuelvo a susurrar.
Esa tarde no lo vuelvo a ver, y me meto en mi cama. Necesito descansar.
Estoy en mi antigua casa. Mi padre le estaba pegando una paliza a mi madre. El amante de ella está en el suelo, inmóvil, sobre un charco de alcohol. Mi padre la apuñala con una navaja que le regalé hace años. Ella chilla. Mi padre se dirige hacia mi, navaja en mano, con las pupilas dilatadas. 
-Te toca a ti- susurra.
Me incorporo de un salto con la respiración agitada. La habitación está bañada por la luz de la luna y le da un aspecto fantasmal. Me estremezco. Alan está durmiendo plácidamente mirando hacia la pared. Estoy demasiado intranquila para volver a dormir, por lo que me levanto. Es suelo de madera cruje bajo mi peso. Retiro las mantas de la cama de Alan y me siento. Introduzco los pies y toco los de él. Mi respiración no quiere calmarse. Me tumbo a su lado, mirando hacia él. Al cabo de un rato se da la vuelta y me mira fijamente. Se percata de que tengo las mejillas húmedas y me rodea con los brazos, en actitud protectora. Me da un beso en la frente y me abraza con fuerza.
-¿Una pesadilla?- me susurra.
-Más que eso- respondo.
-Tranquila, las pesadillas no hacen daño a las chicas guapas.
Sonrío y apoyo mi cabeza en su pecho, aún en sus brazos.
-Gracias por todo- le digo.
Soy consciente del esfuerzo que está haciendo para no acariciarme. Y verdaderamente, me gustaría que lo hiciese. Está esperando una respuesta, y pienso dársela ahora mismo. Subo la vista y me encuentro con sus ojos verdes. Me acerco más, hasta el punto de quedarnos a escasos centímetros. Noto su respiración y el vaivén de su pecho. Me inclino y poso mis labios sobre los suyos, los entreabro y dejo que nuestras lenguas se toquen. No tengo ninguna experiencia y mi corazón palpita como nunca. Pasa los dedos por detrás de mi nuca, acariciándome, y el vello se me pone de punta. Cuando paramos, me encojo y me aferro a él. Esa noche no vuelvo a tener pesadillas.