En los días siguientes no ocurre nada en especial. Él sale todas las mañanas y solo vuelve por la tarde. Yo doy paseos, limpio el faro (que estaba bastante sucio) y voy al pueblo. Como no iba a la escuela allí, si no que venía un profesor, nadie me conoce. Sé con bastante seguridad que no me voy a encontrar por allí con mis padres ya que no suelen ir, exceptuando a mi padre, que visita cada semana la tienda de licores. Alan tiene unos cambios de humor muy bruscos. Un día es amable conmigo y al otro no me dirige la palabra, o si lo hace, es para recordarme que soy estúpida. Me saca de mis casillas, pero ¿Quién soy yo para juzgarle? por lo que parece, no ha tenido mucho trato con mujeres, y encima, me ha dejado quedarme aquí, aunque últimamente soy la única que pisa el faro. Esa noche, preparo la cena y la coloco en la mesa primorosamente.
-Hola-dice él detrás de mi.
Lo veo en la puerta, con el pelo revuelto, las mejillas rosas y los ojos vidriosos. El camisón que llevo me hace sentir fea. Intento alisar mi pelo, sin éxito. Se acerca a mi con grandes zancadas y me retira un mechón de pelo para colocarlo detrás de mi oreja con delicadeza. ¿A que juega?
-Estás muy guapa- me suelta.
Y su aliento se queda flotando en el aire. Huele a alcohol. Como mi padre.
-¿Has estado bebiendo?- le pregunto con incredulidad.
No responde y baja sus dedos por mi brazo, acariciándolo. Me pongo rígida y lo miro. Pasa los dedos por mi espalda y antes de que siga más, le paro.
-Alan, es mejor que vayas a dormir.
-Yo no quiero dormir. Yo te quiero a ti.
Le cojo del brazo y le conduzco hasta su cama y le tumbo. Me doy la vuelta y me acuesto. Por una vez, duermo bien.
*.*
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